Mil elefantes que pesan catorce toneladas. Todos juntos sobre mi pecho esperando las palabras mágicas para partir. Las palabras váyanse, déjenme en paz no surten efecto. Hablan otro idioma que desconozco, no me escuchan, no siguen instrucciones. De a momentos se atornillan fuertemente y ajustan las tuercas con fervor. Ven que lloro y amainan la virulencia, pero ahí están, al acecho, esperando que en el summun de la distracción los recuerde enardecidos, enojados por el efímero olvido y otra vez, otra pata, sobre mi corazón.