Con el pelo al viento.

Lucía miraba la ventana, se sentía sola, recordaba, pensaba y leía desaforadamente un libro que debía terminar para el miércoles pero que no le interesaba en lo absoluto. Deambulaba por la casa, saltaba, bailaba lentamente al compas de cheek to cheek. Ataba cabos y los desataba descubriendo que no había explicaciones coherentes para lo que estaba viviendo. Creyó que ya había experimentado esa sensación de incertidumbre, de melancolía, de amor y odio, de desamparo, de ilusión, de esperanza. Se sintió idiota por ser partidaria de los sentimientos, se sintió exhausta por cometer una y otra vez los mismos errores. Lucía no es Lucía, así se hubiese llamado si no hubiese sido Florencia, pero ante situaciones que pasean entre lo real y lo imaginario, lo vivido y las apariencias, la incertidumbre y la verdad, los nombres carecen de importancia.